Y un día desperté y quería ser grande, poderoso,
omnipotente,
tocar el cielo con mis manos y saber que el mundo se había
hecho para mí,
mirar hacia abajo y convertirme en un ser sonriente,
nada me importaba más que los sueños se construyeran en sí.
Y busqué dentro de mi infantilismo el ser grande,
imaginé descubrir, conquistar, viajar y luchar,
construí un castillo enorme entre juguetes de madera y
plástico,
en algún minuto haría más que los héroes con los que solía
soñar.
Para eso recurrí a las nubes, las estrellas y los cometas,
creyendo que ahí estaba la respuesta de este dilema,
pero los sueños se construían con verdades que no resultaban
ser ciertas,
y empecé a crecer, y con ello el dilema se transformó en
problema.
He aquí un ser que en su imaginación no conoció la derrota,
que soñó como los poetas, y que creyó en la más magna
felicidad.
Ahora todo se cae como un castillo de naipes sobre una base
temblorosa,
mis sueños y mi realidad se odian y se esconden bajo la más
densa oscuridad.
Al final del día no
me queda más que reflexionar acerca de mi sueño,
que me convierte en niño y me hace jugar con la realidad.
Soy un héroe peleando en un reino del que no soy dueño,
al final del día soy un grito de esperanza y de igualdad.
Bernardo Castañeda,
21 años.
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