Es mediodía en Santiago de
Chile.
Un tibio sol de un claro nueve
de agosto
acaricia las calles que
circundan
Hasta allá, desde los
infinitos puntos cardinales,
van los jóvenes con su más
alegre sonrisa.
Se congregan para decirles al
Sr Presidente y a sus compinches
que la codicia tiene un
límite.
Yo descanso, mientras tanto,
mis maltratados huesos.
luego de una larga y azarosa
vida.
Tal vez sean mis últimas
marchas.
Junto a mí, una bella muchacha
arregla sus negros cabellos,
pasa una mano por su agraciado
rostro,
acomoda su mochila
y emprende el camino donde los
suyos la esperan.
Ha dicho en casa, seguramente,
que llevará la bandera azul
y que no renunciará a sus
legítimos derechos.
Yo la contemplo ir-ligera y
franca-
y envidio ser como ella
aguardando el futuro.
Ya los lienzos cruzan la
principal avenida.
Ya se oye el palpitar
multitudinario.
Mi corazón trabaja a toda
prisa.
Mis pies me urgen a que
avance.
al compás del incesante ritmo.
Cómo deseo ser el joven que
fui
y canté en los años de la
mocedad
las eternas canciones.
Es tan hermoso lo que me rodea
que una lágrima nacida de las
emociones
rueda mejilla abajo.
Mis amigos, mis viejos amigos,
reconocen mi estremecimiento,
y no dudan en recordarme que,
como el ave,
las luchas del pueblo a la
vida vuelven
miguel suazo neira
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