El lápiz en dos movimientos listo…
La tinta sigue el trazado de aquella
que guía,
Acaricia, pacta, mata, condena, y
sella los destinos,
Nutriendo su propia hambre saciada
en ambigüedad.
Mano roñosa, distinta, que permite
abrir emociones a ojos dispuestos,
Es la que se extiende hasta
corazones distantes,
Corazones enmohecidos, oxidados,
ciegos, oprimidos por la materialidad.
Mano azotada por estaciones,
encallecidas por su realidad,
Por sueños inmolados, desvanecidos
por la edad,
Esas ignoradas, estandarte del frío,
amante de lo cotidiano,
Esas que no guían en dos
movimientos.
Las de ayer, y las que hoy que se
extienden cual paloma mensajera,
Para palpar las migajas de aquel
metal desgastado,
Y cicatrizar por momentos el hambre,
que tal vez finamente mengüe.
¡Metal maldito! pestilezco, plaga
del mundo, enfermedad de codiciosos…
Manos que nadie quiere ver, que
están ahí, extendiéndose ante otras,
Sucias, harapientas, con dedos
cañuelescos, hambrientas y sedientas,
Con fragancia a perro mojado,
desapercibidas entre tantas.
Manos que acarician por las noches,
caminos y camas arropadas en gris,
Cubiertas por sabanas de cartones,
frazadas de heladas,
Plumón de estrellas lejanas,
sufridas, dolidas, olvidadas…
Manos que acarician por los días, el
camino del repudio,
Aborrecimiento e indiferencia, y la
urticantés social,
Desayunando crecientes desprecios
abismales, sonrientes al paso.
Manos de manos, manos que no ven
manos,
Manos más vivas que el sol, que no
se lleva el viento ni la muerte,
Sólo se pierden en la mar y
purificadas devuelven las olas…
Para adornar las plazas, andenes,
puentes, y todo el
“Artificial gran sitial creado” por el que en dos movimientos, guía la tinta.
Manos leprosas, desesperanzadas,
desechadas,
Perdidas en el sistema, “aguardando
al carpintero”…
Manos que no se abren, estériles,
con cerraduras de inconciencia,
Y corazones que no se entregan, ante
estas manos, que mendigan educación.
ORUGA.
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