En una marcha triunfal,
en una caravana de
colores que acaloran,
ha llegado la hora de
valer el derecho primordial,
ese que los poderosos
guardan en ostentosos cofres
para recordarnos una
pirámide que de a poco vamos derribando.
Ha entrado entre vítores
de gozo y esperanza,
alumbrando los ojos que
ya son capaces de mirar
el sol a la cara,
sin miedo de quemaduras,
sin miedo de ceguera,
mirando fijo el momento
de ponerle una correa al futuro,
de sacarlo a caminar
entre las páginas de los libros,
entre las calles del
pueblo
que cruzan una alforja
situada en la cima de los puños inundados
de orgullo,
de valor,
de justicia,
de amor.
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